EL PORQUÉ
Paul no supo casi nada de su padre hasta que encontró la caja de fotografías en el desván. Desde aquel momento se dedicó a mirarlas de día y de noche, y cada vez que Ethel, su madre, hablaba por teléfono con Edith Gainesworm. Asombrado, contemplaba a su padre en las diferentes fases de su vida: primero, como un niño de su edad, luego como un joven, finalmente, antes de morir, vestido con el uniforme del Ejército.
Este es el principio del cuento del novelista norteamericano James Purdy (1914-2009), cuyo protagonista es un niño enfermo despreciado por su madre con la que convive. De hecho, ella no se quiere reconocer como madre, porque se niega a aceptar que tiene un hijo enfermo agarrado férreamente a lo que le queda del pasado: la fotos de su padre. La madre le pregunta insistentemente por qué se ha quedado a dormir en la escalera de servicio, y por qué mira las fotografías siempre allí. Y el hijo no acierta a decirle por qué, o a racionalizar el porqué de ese hecho, dado que es muy visceral lo que siente al ver aquellas fotos. La madre decide arrebatárselas y quemarlas en el horno del sótano.
Ante semejante secuestro del único pasado que le queda, el niño reacciona así, al final del cuento:
Pero la escena que vio hizo que se detuviera. Él se había encogido, agachado en el suelo, y apretando las cajas contra su estómago, emitió una especie de silbido hacia la mujer, de modo que ella no tuvo la posibilidad de acercarse ni de llevárselo de allí, mientras de la boca del niño salía una sustancia espesa, fibrosa y de color negruzco, como si estuviera vomitando su corazón cargado de amargura.
El título de este cuento de Purdy ¿Por qué no pueden decirte el porqué? deja al lector en un enigma sin saber por qué el niño no ha podido decirle a la madre el porqué de mirar las fotos de su padre, y el porqué de su corazón vomitando amargura.
Vamos a ver si encontramos la respuesta, pero desde la óptica del humor. Claudio Epelman, director ejecutivo del Congreso Judío Latinoamericano y viejo amigo del Papa Bergoglio, comentó que durante dicho congreso el Papa contó un chiste lleno de significado, y siguiendo la costumbre que tienen los rabinos de contar historias. El cuento gustó a los asistentes y rompió el hielo de la reunión:
contó la historia de un cura antisemita que cuando podía atacar a los judíos, los atacaba. Un día, en un sermón, este cura encontró un pretexto y empezó a atacar a los judíos, como siempre, en forma virulenta. En una pausa, Jesús se baja de la cruz, mira a la Virgen y le dice ‘mamá, vámonos, parece que aquí no nos quieren.
Ya sabemos el porqué que Paul, en el cuento de James Purdy, no puede contar a su madre. La familia y los antepasados no son sólo una historia de compartir la misma sangre, sino que es una historia de amor compartida y radicada muy en lo profundo de nuestro ser. El amor, el mejor y único legado; el que da sentido a nuestra identidad como pueblo y como personas. No podemos rechazar nuestro pasado ni tampoco prescindir de él, pues es lo único que nos queda; el de los cristianos en sus padres judíos; el de nuestros propios padres que corre visceral como llama de amor viva por nuestra alma; el de Jesús que sin ser José su padre natural, “se le consideraba hijo de José” y descendiente todos los antepasados desde Elí, pasando por David y Abrahán, hasta llegar al mismo Adán (Lc 3, 23-38). Pues en ese “se lo consideraba” damos por sentado que la “consideración” es obra de amor que corre subterránea desde Adán, y obra que nos define como hijos. Si esto nos faltara, si este amor no existiera, seríamos como un “animal lisiado y moribundo”.
FUENTE: “¿Por qué no pueden decirte el porqué?” de James Purdy (traducción: Juan Godo Costa, Crónicas de Norteamérica, Buenos Aires, editorial Jorge Álvarez, 1967